Este martes 4 de marzo fue devuelto a su templo y expuesto al culto la imagen titular de la Hermandad de Los Estudiantes, el Santísimo Cristo del Amor tras cinco meses de trabajo de restauración. Desde que José Pérez Conde tallase la imagen en 1960, solo se había tocado en contadas ocasiones. Estas sólo han sido por el cambio de cruz, cambio de los casquillos para las nuevas potencias de 2003, o las dos últimas de 2016, en la Basílica primero y después en la casa del maestro Pérez Conde en Olivares, donde se realizó una ligera limpieza de la policromía, aprovechando la necesidad de resanar unos levantamientos de policromía, provocados por los cambios de temperatura y humedad que la imagen sufrió al pasar en 2015 varios meses en la Basílica con motivo de las obras para realizar la Capilla del Sagrario. Tras esa intervención de 2016, sería la última en la que don José Pérez Conde tocaría al Cristo del Amor.

El titular de la Hermandad de los Estudiantes presentaba una evidente oscuridad, resultado de la oxidación de los barnices de resinas naturales, que ha terminado amarilleando y perdiendo su transparencia inicial con el paso del tiempo. También se podían observar depósitos superficiales de polvo y hollín. Antes de todo, hay que indicar que el Santísimo Cristo del Amor cuenta con dos policromías. La original, de un tono más nacarado, que data de 1960, y una segunda, aplicada por su propio autor en 1969, cuyo objeto fue proteger a la imagen, ya que no fue concebida para procesionar. Sobre estos puntos de partida ha versado la restauración que ha llevado a cabo don Enrique Gutiérrez Carrasquilla.

Es importante destacar que fue su propio autor quien decidió aplicar una nueva pátina que le otorgaba un ligero oscurecimiento. Por lo tanto, si se decidiera retirar esta pátina, estaríamos alterando la imagen que él concibió. Esta cuestión ha sido muy delicada, ya que no podían permitir caer en el error de eliminar toda la pátina y dejar al descubierto la policromía nacarada que tenía la imagen antes de esta intervención. Para verificarlo se ha realizado una cata de limpieza que ha podido atestiguarlo. La pátina actual había oscurecido tanto la imagen que desvirtuaba por completo la visión que teníamos de ella. Era crucial retirar la cantidad justa y precisa de pátina que permitiera devolver a la talla la apariencia que Pérez Conde, como autor de la imagen, decidió otorgarle en 1969.
Junto a todo lo anterior, la imagen presentaba problemas de adherencia de los estratos pictóricos y de la capa de preparación sobre el soporte, provocados en gran medida por los elementos metálicos internos y los movimientos propios de la madera que, al ser un material higroscópico, se dilata y contrae en función de la temperatura y humedad.
Todos estos motivos fueron importantes para que una comisión interdisciplinar apoyara una propuesta de restauración que cumpliera con los criterios vigentes de restauración y que estuviera avalada por la experiencia profesional de un conservador-restaurador habituado a enfrentarse a retos similares. Por ello, con el asesoramiento de la comisión, la junta de gobierno aprobó la propuesta que finalmente se ha llevado a cabo, gracias también al apoyo de todos los hermanos presentes en el cabildo extraordinario convocado para tal fin.

En cuanto al proceso, «durante la primera visita a finales de octubre, pudimos comprobar que se había iniciado el proceso de limpieza. La imagen presentaba la mitad del tórax limpio. La diferencia era tan sustancial que no podíamos evitar pensar en los numerosos detalles que esa limpieza revelaría cuando estuviese acabada. Fue un gran alivio constatar que se respetaba esa pátina, aun siendo una limpieza que dejaría como resultado final una imagen mucho más clara de la que todos teníamos en mente.»
«Las incógnitas sobre cómo se vería nuestro Cristo se despejaron en enero, cuando finalmente pudimos contemplarlo sin cruz y tras haber finalizado el proceso de limpieza. Los azotes, los golpes, el hematoma del pómulo, etc. Sin duda era un renacer de la imagen, una vuelta al esplendor tal y cómo lo concibió su autor. Ese día, un profundo sentimiento de tranquilidad se apoderó de todos los presentes, pues, aunque todavía quedaba mucho trabajo por delante a nivel de reintegración cromática ya las dudas se habían disipado. Lo más complicado de este proceso había quedado atrás.
Aunque la limpieza química puede que no sea a nivel técnico lo más complejo en el proceso de restauración, es sin duda lo más visible a nivel popular. Podemos decir que se marchó muy oscuro y vuelve más claro, pero lejos de caer en tópicos vulgares que dirían de que nuestro Cristo era “moreno” podemos afirmar que sigue siendo el de siempre, solo que “sanado de sus dolencias”.
Es comprensible que el contraste genere expectación y asombro, entre otras cosas, porque ahora somos conscientes de que había mucha belleza oculta bajo esa capa translúcida que desvirtuaba el concepto que don José Pérez Conde quiso plasmar en su obra. No obstante, es importante destacar que la intervención ha respetado al máximo y en todo momento la obra original que su autor nos regaló, devolviendo a la vida unos colores que el tiempo no pudo borrar, pero sí esconder.
Sin duda, el patrimonio que nos legaron nuestros mayores debemos mantenerlo y respetarlo. Por ello, este periodo de ausencia ha sido necesario para poner en valor a nuestro Titular, no solo como obra artística, sino, también por lo que representa devocionalmente.
Durante estos cinco meses han pasado muchas cosas, algunas de gran simbología, como que nuestra Madre y Patrona, la Santísima Virgen de Consolación, haya visitado Sevilla mientras nuestro Cristo del Amor estaba allí, o la propia pérdida de don José Pérez Conde, que se ha ido con Él teniéndolo también más cerca. También fue tan grande el ansia que tuvimos por ver a nuestra Madre de las Veredas junto a su hijo Crucificado, que, en ausencia de nuestro Cristo del Amor, la visita de nuestro patrono, el Santo Cristo de Santiago, vino a endulzar la espera y llenar un poco el vacío que nuestro Titular dejaba en la Capilla del Carmen. Todo pasa por algo, y como dijo Santa Teresa, todo se pasa, Dios no se muda, pero el Amor… el Amor no pasa nunca».